lunes, 5 de diciembre de 2011

CRÓNICA DE LA CENA POÉTICA A LA FAMILIA, NOVIEMBRE 2011


El domingo 27 de noviembre nos reunimos en la primera cena poética del curso que, en esta ocasión, fue una comida. En C / Caballeros, 10 estuvimos Jesús Montero, Mimi, Mauro, Juanjo y Mon a donde trajimos nuestros textos en torno al tema de "La familia".
La comida, que intentó ser acorde al tema, constó de sopa de puchero, cocido y queso con membrillo; en fin, la típica comida que te pondría tu madre en casa, la típica comida familiar.
Disfrutamos mucho de vernos. Ya que nos hemos mudado a Jerez no tenemos tantas oportunidades como antes de compartir momentos entre nosotros y fue agradable y cálida la conversación aderezada por los llantitos de Rodrigo que no parecía del todo contento con tanta gente por casa.


Mimi se estrenó con una inquietante historia sobre una rotonda que no terminaba de trazarse y era curva constante, Jesús nos llevó a la Salamanca de unas decenas de años detrás en que vivió su infancia, Mauro enfocó la familia desde el grupo de referencia cerrado, estanco, Juanjo jugó con la idea de familias numerosas y de las anécdotas que en ellas suceden y yo leí unos poemas escritos durante mi reciente embarazo. Además Javier de Vejer estuvo presente con un texto que envió por correo y leí en su lugar y cuyo comienzo sugirió comentarios: "el verbo que se convierte en canto". Echamos de menos a nuestra querida María José, sobre todo, porque sin perderse una nos había acompañado desde el principio. A ver si en la próxima puede asistir de manera virtual desde Toulousse.
El gran sofá blanco nos sirvió de abrazo y hasta que anocheció contamos y recontamos. Un lujazo.
La próxima, a finales de enero. El tema: el vino.

El comienzo de las fiestas por JESÚS MONTERO

Cada 8 de septiembre, siendo niño, acompañaba a mis progenitores a la misa que abría las fiestas dedicadas a la patrona de la ciudad, la Virgen de la Vega. Al principio también iba mi hermano, hasta que se hizo mayor. La ceremonia religiosa era muy preciada en mi casa como el punto de arranque principal de las ferias. Unos días que para nosotros lo eran de alegría y emoción. Por las mañanas, mientras no había clase, podíamos ver las calles llenas de gente, con el fondo musical de la gaita y el tamboril que acompañaba los bailes de la charrería y las carreras de los cabezudos. Por las tardes teníamos ocasión de acercarnos a los cacharritos de feria, al circo o al cine, que nos servían de amortiguador en el tránsito de las vacaciones al curso escolar, cuyas clases empezaban oficialmente el día 15.

La misa era oficiada en la Catedral Vieja por el obispo de la diócesis, que se rodeaba de un séquito de sacerdotes, miembros del cabildo en su mayoría, ataviados con sus relucientes ropajes de casullas, estolas y manípulos. Don Mauro, como se llamaba el obispo, llegaba al altar con su báculo en la mano derecha, la mitra sobre la cabeza y una reluciente casulla blanca de filigranas doradas. Frente a ellos, en las primeras filas, se situaban las autoridades civiles y militares. El gobernador civil y el militar, el alcalde y el presidente de la diputación, los jefes de los cuarteles de caballería y de ingenieros, el jefe de la base aérea de Matacán, los jefes de la guardia civil, la policía armada y la municipal, el comisario jefe de policía, el rector de la universidad, los presidentes de la cámara de comercio, de la hermandad de agricultores y ganaderos, y de los colegios profesionales, los delegados provinciales de los ministerios, de los sindicatos verticales, del frente de juventudes y de la sección femenina… Iban vestidos de gala con trajes de chaqué y uniformes, mostrando corbatas, gemelos, galones e insignias, y, en muchos casos, bigote. Los acompañaban sus esposas, también de gala y con sus mantillas de encaje sobre las cabezas. No podían faltar en uno de los momentos señalados del año en que era necesario hacer una demostración solemne de los poderes que, victoriosos tres décadas antes, habían sellado un pacto inmejorable por ventajoso. En ese día se escenificaba mejor que nunca, con todo su boato, la alianza de la cruz, la espada y el dinero. Como testigo, por conveniencia o por devoción, la feligresía que llenaba los bancos del templo o se apostaba de pie como mejor podía en sus naves laterales.

Y allí acudíamos, quizás por iniciativa de mi madre, que seguía así la tradición heredada de su familia cuando vivía no muy lejos de la catedral. También le gustaba mucho la música, que no faltaba nunca en ese acto, con el añadido de la presencia de dos de sus hijas en el coro. Una madre, en fin, devota, fiel al cumplimiento de los preceptos religiosos y en la asistencia al rito anual de la ceremonia solemne que se dedicaba a la que llamaba su virgen.

Mi hermano disfrutaba de la misa. A mí, por el contrario, la mayor parte del tiempo se me hacía insufrible. Su duración me parecía una eternidad, me provocaba aburrimiento y, en ocasiones, lo sentía como una tortura. El himno de la Virgen de la Vega, el canto eucarístico “Beberemos la copa” y el “Aleluya” de Haendel hacían que mi estancia fuera por ratos más llevadera. Eran tres de lo cantos que interpretaba un coro de voces acompañado de un órgano y una pequeña orquesta formada para la ocasión. Su nombre oficial, la Coral, lo pronunciábamos con el orgullo de tener en ella dos hermanas. Una, de tiple segunda, y la otra, de contralto. Decía mi hermano con picardía, que yo le acompañaba con una risita cómplice, que eran de las del “chum-chum la-la-la”, para diferenciarlas del papel más relevante de las tiples primeras.

No recuerdo cuándo se cantaba el himno dedicado a la Virgen, quizás lo fuera al final, pero sí mantengo el eco de su melodía y algunos pasajes de sus versos. Como el arranque tenue a base de voces femeninas: “Abre, madre, tus brazos / al hijo que a ti llega…”. O los emocionantes estribillos: “Salamanca te aclama, virgen de la Vega / tus vidas te ofrece, tus almas te entrega…”. Eran los momentos en que todo el coro, el órgano y los instrumentos de la pequeña orquesta resonaban con más fuerza en el amplio espacio del templo románico. Las bóvedas de su nave central y la espectacular cúpula sobre pechinas y cimborrio elevada desde el crucero acogían un sonido que si no me parecía salido del mismo cielo, al menos me sacaba de mi sopor y me emocionaba.

Para evitar derrumbarme entre canto y canto, paliaba la situación mirando a la pequeña, casi imperceptible para mí, imagen hierática de la virgen de madera bronceada que era motivo de celebración. Y ante todo, al grandioso fresco del Juicio Final que Nicolás Delli, llamado el Florentino, había pintado en el siglo XV sobre el cascarón del ábside. Un fresco que se superponía sobre el retablo donde se multiplicaban las escenas de la Biblia que el mismo artista y dos de sus hermanos plasmaron en tablas enmarcadas con molduras de motivos góticos.

Hacia ese cascarón miraba yo con la curiosidad de un niño al que no le habían dejado de hablar en casa y en la escuela del cielo y del infierno, y que el fresco me mostraba como la ocasión ideal para poder imaginarme cuál podía ser mi paradero futuro según hubiera obrado en la vida. Una escenificación del bien y del mal, presentados frente a frente entre sí. A la diestra de Jesús, que era mi siniestra, estaban quienes se salvaban. A la siniestra, mi diestra, quienes se condenaban.

Mi mirada apenas se fijaba en ese juez severo y gesticulante que, situado en la parte superior y central, emitía su veredicto rodeado de ángeles, mientras el Bautista y la Virgen, orantes, testimoniaban su autoridad. Más atención prestaba al tropel de ánimas benditas que con los brazos levantados y las manos unidas iban ataviadas con unas túnicas blancas y pulcras, mostrando el agradecimiento por el premio de la salvación. Pero donde mi mirada y mi atención se centraban era en los cuerpos desnudos situados en la parte derecha de la pintura que iban saliendo de sus tumbas y acababan siendo devorados por un gran monstruo con dientes espinosos, paladar rojo y cabeza verde, representación del diablo. Una atención, la mía, quizás morbosa en la contemplación de lo prohibido: la de los cuerpos desnudos, aun casi asexuados, que el catecismo nos señalaba como uno de los enemigos de la humanidad, esto es, la carne, el mundo –¿a qué se referirían?- y el demonio.

Me he preguntado muchas veces por qué esa mayor atención hacia lo escabroso del infierno en vez de centrarme en la dulzura del cielo. Por qué me fijaba más en los rostros aterrorizados de quienes caminaban hacia el abismo en vez de preferir el gozo de quienes habían alcanzado el reino de la felicidad eterna. Hace poco más de un año pude contemplar en Padova los frescos que Giotto pintó para la capilla Strovegni. Allí se encuentra representada otra escena del cielo y del infierno. Más clasista, eso sí, pues fue encargada por el hijo para salvar al padre pecador, un rico comerciante de la ciudad. Un tema recurrente en el mundo del arte, con una clara intencionalidad de buscar el efecto deseado. Durante casi dos milenios la Iglesia ha ido inculcando a generaciones y generaciones una conciencia moral para hacer del miedo uno de los pilares del control de nuestras vidas, presentando el premio final, pero a la vez resaltando la advertencia amenazante del mal. En la mente del niño que era yo surtió el efecto suficiente para creérmelo.

Pasado el ecuador de la liturgia y llegado ya el momento de la eucaristía, la letanía del canto “Beberemos la copa” me elevaba el ánimo. Hoy me parece una melodía simplona, plana y de ritmo cansino, con la repetición constante de un “Amén, Aleluya” como coletilla en cada estrofa. Puede que me atrajera por esa sencillez, que la hacía más pegadiza. Puede también que lo fuera por el hecho de coincidir con el movimiento de gentes que a ritmo procesional se acercaban en busca de la comunión que administraban el obispo y sus sacerdotes. Era el momento en que se rompía para mí la monotonía y lo que me parecía el paso lento del tiempo. En todo caso lo prefería al majestuoso “Aleluya” de Haendel, cuya mayor riqueza compositiva y armónica me podría parecer estridente. No lo era, sin embargo, para mi madre y mi hermano. “Hijo, dónde vas a ir parar. Es mucho más solemne y más bonito. Fíjate en las voces y en la orquesta cómo resuenan. Emociona mucho más”, me decía mi madre. “Pues a mí, no. Me gusta más el ‘Amén-Aleluyá’”, le contestaba.

A la salida del templo, después de casi dos horas de oficio religioso, me esperaba la alegría. En el paseo por las calles entre el bullicio de la gente podía ver a las charras con sus vestidos espectaculares de lentejuelas de colores, sus pañuelos blancos sobre la cabeza, y a los charros con sus trajes negros y austeros de chaqueta corta y sus gorros alados y cónicos en el centro. Desfilaban con las castañuelas al ritmo de la gaita y el tamboril, y de vez en cuando se paraban para bailar. También podía ver a los gigantes y al inmenso gargantúa apostados en la Plaza Mayor, y, por supuesto, a los temibles cabezudos. Hacerlo junto a mi padre, mi madre y mi hermano, mientras no se hizo mayor, me daba la seguridad suficiente para sentirme protegido, pero no para perder el miedo que llevaba por dentro. ¡Ay los cabezudos! ¡El terror que me invadía cuando en mi barrio oía a lo lejos el sonido del tamborilero que anunciaba su llegada! El Padre Lucas y la Lechera, a quienes cantábamos eso de “que venden leche por cuatro perras”. O el Negrito, la Bruja…, no recuerdo más… que se dedicaban arrear a diestro y siniestro con sus varas a la chiquillería.

Era un tiempo de miedo. O de miedos. Con el paso de los años, todavía niño, dejé de tenerlo de los cabezudos cuando en una ocasión me atreví a ir solo con ellos echando carreras para evitar los palos. Después, ya adolescente dejé de tener miedo al infierno y sus demonios cuando dejé de creerlos. Aunque al poco empezó otro miedo. Éste, sí, de carne y hueso. Provenía de las autoridades civiles y militares con las que habíamos coincidido mi hermano y yo en la misa en honor de la patrona de la ciudad. Ya no corría delante de los cabezudos, sino de los uniformados de color gris y porra en la mano. Más tarde, ya en otro tiempo, fueron cambiando las caras y las formas de las autoridades y a la vez, el color de los uniformes. Supe también que el Padre Lucas era en realidad una deformación puritana del Padre Putas, el mayordomo principal de la casa de la mancebía que hubo en mi ciudad siglos atrás. Y que la Lechera era, por así decirlo, la puta principal. En el tiempo de mi niñez, en vez de la casa de la mancebía, sí un barrio chino famoso lleno de casas y putas para todas las clases. Unas, para los hombres de bien; y las más, para el resto. Quién sabe, pero quizás en consonancia con la distribución de las almas que se hacía en el cielo y el infierno. En la capilla Strovegni así se ve, no hay duda. En la Catedral Vieja de mi ciudad, puede que no. ¿O sí? Qué más da. A mí ya se me pasó ese miedo.

sábado, 5 de febrero de 2011

Muchos, muchos, muchos muertos por MON

Parece ser este el momento, lugar y hora adecuado para empezar desvelando un curioso misterio que siempre ha ensombrecido los textos de nuestro amigo el literato Guillermo de Shakespeare, también llamado Shespir, por ilusos y mentecatos.

Debido a que tuve acceso a fuentes primarias y claras os he traído los textos de los finales previos a la resolución de la trama que se han dado a conocer hace tan solo unas semanas.

En este foro ilustrado de catedráticos amigos, grandes lectores, analíticos, de la susodicha obra, espero tener acogida digna y bien recibida, pues esto que os voy a contar es la historia real, de Guillermito de Stratford-upon-Avon, en lenguaje popular, William Shespir.




Primer final:




Romeo, no te quedes al alba

Romeo, escapa, Romeo, sal pitando a Mantua,

Romeo…

Ay, Romeo, ¿por qué no te levantas?

Ya han sonado todos los pájaros, loros y cacatúas,

Timbales, maracas, jilgueros y ruiseñores de palacio

Y tú, aquí, enredado entre las sábanas…

Que llega el coco, Romeo, viene dando largos pasos,

Llega el pápa, el patriarca.. que nos mata!!

El papa…

Ay papa….Papa….mire, pápa,

Si lo mata… se lo diré al santo papa

Pápa, en serio, si lo mata….

Me chivo a toda la curia romana,

Mire que es pecado, ¿eh?..

Pues nada que no lo ablando, que lo mata…

¿Lo mata? ¿Que lo mata?

Pues me comeré una planta.

No, no una planta cualquiera.. ¡esa!

Ea , ¿cómo se llamaba?

Esa, La Mandrágora

Por ahí se acerca chillando,

Pápa, retorciéndose las curvas,

La planta envenenada

que me trae la muerte pía

-las cosas que hay que decir

para estar en el candelero-

Romeo, por ti muero

Romeo, ceporro,

que ni los loros te inmutan…

Y vas a morir roncando, pavo Montesco,

mientras yo estoy aquí penando.

Tendrá guasa que la tenga que palmar así,

sin público amado ni amante,

En fin, se pierde mi forma humana.




Julieta cayose a lo largo del suelo

y con el golpe rompió el mármol de carrara

del palacio

con su dura cabeza

llena de ideas revolucionarias.

que se esparcieron,

llegaron hasta la aspiración sonora de Romeo

y, cual espíritus visivos, rompieron su sueño

y despertó ensimismado en sus pensamientos:

Julietona, graciosona, vente pacá…

Y contestó Capuleto:

“Vente pacá tú que será tu último aliento”

Ante tal torrente de voz apasionada

Romeo alzó la mirada

y abriendo los óculos cual paelleras

quedó sin palabrejas.

Del pescante de las cortinas voló la barra

y ante la cabreada mirada perpleja del ama,

que había pasado noches en vela

cosiendo aquellos trozos de tela,

arrojadiza el arma se hundió en la boca callada

de Romeo Montesco.

El padre de la nena, feroz, rodeado de dos cadáveres

se daba por satisfecho

mas el ama, despechada,

aburrida de costura que no servía para nada,

de hacer pasteles sin recibir ni las gracias

y fregar descalza,

decidió urdir su venganza inmediata

y aprovechando la confusión y coyuntura

clavole al papa enhiesto la espada de Romeo en la espalda.

Mas en ese instante la señora Capuleto entraba.

La voz del loro,

que no se callaba,

chilló y chilló

cuanto su pecho daba ,

pues era su dueña y señora la ama,

la misma que andaba ensañada

con la ocupación de limpiar el mango de la espada.

No consiguió advertirla a tiempo…

Así que en fin, resumiendo,

la Capuleto se cargó al ama,

el ama a la Capuleto a un tiempo,

el fraile, que no estaba, se libró por poco.

Y allí quedaron todos tiesos: la nena, el papa, el pavo de Romeo, la mama, el ama .

Solo la Mandrágora chillaba




Shakespeare cuando terminó su obra, respiró contento y aliviado . Una cosa menos.

Mas aquella noche no dormía. Un poco corto le había quedado el cuento.

Vamos que la idea era la misma, todos muertos, mas poco convencido se levantó y pluma en mano inició un nuevo intento. A ver si le salía algo menos sangriento, aunque un algo en sí le obligaba a cargarse a medio elenco, o al elenco entero, dependía del momento. ¿Psicopatismo? En fin, que aún no había nacido la palabra.

Consiguió seguir alguna escena más. Los vecinos ya habían corrido la voz de las grandes juergas de Guillermo, que cada vez que mataba a dos o tres se metía en el papel y disfrutaba cual conejo en celo, así que los médicos le andaban tras los talones. Prisa debía darse y así terminó, de nuevo, el cuento:




Segundo final:




Cabalgando al viento del norte

se acercaba el fraile emisario a Mantua.

Por poco tiempo se había librado

de la peste.

Venía en burro gallardo,

rebuznando cual pollino,

montado sobre su ganado,

contento y requetelisto…

Imaginaba el frailecillo

lo que haría con las monedas

que, sin dudar, el Montesco

le daría como premio y prenda.

Tal vez cambiaría el pollino

por un caballo más digno.

Podría empezar en las carreras,

así, despacio,

sin prisa ni problemas,

apostando poca cosa...

Mas de iniciado a ganador de perras

llegó en cosa de dos minutos,

después, a corredor de bolsa.

Al final, cuando andaba por la presidencia…

¡Se dio cuenta de que menos mal

que se había leído el cuento de la lechera!

y había andado con gran cuidado

por no derramar el cántaro que llevaba

sobre el papiro escrito

para Romeo, el enamoradizo…

Pues el sueldo

del clero en aquel momento

se había visto mermado

por la mala prensa y hasta el incesto.

En fin, que hay cosas que no cambian

por los siglos de los siglos, eternos ….

Al fin, que llegó Fray Juan

y entregó el papiro sellado,

esperó inquieto la respuesta,

su merecido deseo.

Y le pagaron encantados

poniéndole el culo en la puerta

y las piernas más atrás

pues Romeo, olvidadizo,

ya soñaba con otra pava,

una que llegó a Mantua

la noche que allí aterrizó,

y, pues, para consolarse

de tan ingrata fortuna

que había tenido en Verona

pasó la noche tranquila,

retozando entre cortinas.

Vamos, que ya Julieta

había pasado a mejor vida,

por supuesto, virtualmente.

Fray Juan, ciertamente indignado,

pues conocía a la niña desde niña

decidió matar a Montesco

con un fatal veneno.

Le puso entre la mortadela

que traía un sirviente a la casa

un poco de aquel mejunje

y se escondió tras la ventana.

Vio como aquel Romeo infiel

moría cual enemigo

mas también como el criado

confesaba ante Benolio

su potencial peligro

Ay madre, que me pillan,

patas para que os quiero

mas con tanto jamón y queso

poco corría el obeso

Lo pilló Benolio, cuchillo en mano,

y en medio de la plaza mismo,

lo atravesó de pecho a espalda

mientras el fraile llamaba al Santo Papa

Al móvil y le daba tiempo a avisar:

"Crimen de los Montesco en contra del sacramento …"

Poco claro había sido mas el Papa – de Roma-,

más papista que el papa,

decidió empezar en aquel momento

cruzada contra los Montesco

y, de paso, a favor de Capuleto.

Ya que no quedaban infieles de otro tipo

cualquier enemigo era bueno.

En fin, que Julieta se apuntó a la guerra

en su bando correspondiente,

la mama, el otro papa, el ama,

Fray Lorenzo, todos envueltos en armas,

cargaron contra Montesco en el mismo cementerio

por eso de ahorrar gastos

de desplazamiento.

Resumiendo,

que el Fraile fue a por el suegro,

el suegro a por el papa,

Paris luchando con Julieta

consiguió cargarse a la otra mama,

el ama de puro milagro

quedó viva por un rato

mas en cuanto el loro cayó en combate

perdió los estribos todos

y en contra del pajarero de Montesco

arremetió sin fortuna.

Muerta también la criada,

solo quedo el papa de Roma

para hacer santo entierro

y asignar a cada muerto

y a cada difunto su tumba

Ciento veinte siete de doscientas

de las tumbas de Verona

ocupadas por cadáveres

de las santas cruzadas civiles.

Vamos, que allí no quedaba ni patriarca,

ni matriarca, ni primo lejano,

para pagar los entierros

ni orar ante los muertos.

Así que el papa, cansado,

aburrido de esta historia

aon la corona en mano,

corrió el telón y expiró despacio.




Ya la cosa había tomado forma, unas cuantas páginas más estaban hechas, pues el peso también importaba para los editores barrocos, y Guillermo, cumplidor, gustaba de tenerlos contentos. Lo de cargárselo inevitable, esta vez habían salido más muertos, no sabía esa manía a qué gen exacto se debía, más tan irrefrenable era que ya notaba el artista que el del quinto izquierda lo miraba con temor, con antipatía.

Y así empezó el sarao. Llamaron a la puerta. El loro lo avisó: llaman, alteza. Siempre le había gustado la realeza. Corrió en pantuflas a abrir aún con el suspiro final de satisfacción de la obra bien hecha en el aire y entró el susodicho compañero de edificio. Con dos policías hembras. Y para más INRI, médicas.

Pocas palabras contó, leyeron sus dos finales. Fue todo una conspiración y las pruebas fatales.

Le pusieron la bata de cola blanca con mangas largas cual soga alrededor del tronco y desde entonces hasta ahora solo dos veces pudo encontrarse de nuevo con el teclado. La primera porque prometió como penitencia dejar vivo a Fray Lorenzo y a los ciento y tantos sin nombre tras verse amenazado por la hoguera mas no cedió para nada sobre el estado de los protagonistas de la trama bajo ningún concepto ni tortura ni palabra. La segunda debido a la crisis, cuando se hizo necesario enterrar a todo muerto en nichos comunitarios, ahorrando estipendios y apretando el espacio.

Reescritura a la barbateña/vejeriega de "Romeo y Julieta" por JUANJO JULIÁ

JULIO Y ROSAURA (ROMEO Y JULIETA)

CORO

Quien diga que hoy a los trece años
las niñas ya saben mucho más que antaño,
no han leido a Shakespeare.

Aquellos que afirman que ya no hay amor.
Que el romanticismo del XIX nunca prosperó,
es porque no han visto a los adolescentes
perdidos, ensimismados, impotentes,
heridos (de amor). Sufriendo en soledad de puro inocentes.

Tan solo pretendo demostrar con esto
que el Mito creado de Romeo y Julieta por profanos y expertos,
es falso. El final funesto no puede achacarse a un amor perfecto.
Más bien yo diría: A la inexperiencia, la incultura y a la falta de respeto.


PRIMER ACTO


Julio, Chaval de 18 años, hijo de los Relinque, pasea por la playa de Barbate, cabizbajo y triste. No puede pensar sino en su amada la cual lo ignora hasta tal punto que no sabe ni su nombre. Se encuentra con su amigo Jhotnatan Jesús: El Jesulín.


Jesulin- ¿Qué te pasa Julio? Levanta esa cara
Pareces un viejo, colega. ¿Quieres una caña?

Julio- ¡Qué caña, ni caña! Déjame tranquilo
que no tengo fuerzas ni pa hablar contigo.

Jesulín- Jesús. Vaya careto. Pues sí que vas listo.
¡Anímate hombre! ¿Quieres un pitillo?

Julio- Ni fumo ni bebo. Déjame en paz.
Aunque...bien pensado... dame un cigarrillo
pues lo pone claro:
FUMAR PUEDE MATAR

Jesulín- Anda, toma, fuma. ¡A ver si te mueres!
Dime: ¿Es una tía quien tanto te duele?

Julio- Lo has adivinado. Qué listo que eres...
No la llames "tía" por favor. ¿Quieres?

Jesulín- Vale, vale. Mujeres, mujeres...
Son tu perdición, te lo digo en serio.
Dime su nombre, si no es un misterio.

Julio- Se trata de Ana. Ana Castrillón.
De Vejer. Si alguna vez la viste sabrás que es un bombón.

Jesulín- Del Cerro de las Maldades. Un bombón envenenado.
¡Ay de ti! Te compadezco. Pobre desgraciado.

Entra un criado.

Criado- Shhhhh. ¡Eh niños!

Jesulín- ¿Tú, qué quieres, picha?
¿No te han enseñado
a ser ni una mijita educado?

Criado- Perdonen si ofendo. Pero yo a la escuela
nunca fui, lo siento..
Con siete años me dijo mi abuela:
A trabajá niño, que hacen falta perras,
Que pa tonterías habrá siempre tiempo.

Jesulín- ¡Vaya con tu abuela! Pues si tienes ganas
dinos si tú quieres... para qué nos llamas.

Criado- Pues mira. Resulta que no se leé
y va a haber una fiesta mañana en Vejer.
Es que mis Señores quieren invitar
a ciertas personas de aquí de Barbate.
Me han dado una lista y he de averiguar
donde reside aquí el personal.
Fíjense ustedes. Todo de gaznate:
comida y bebida habrá pa jartarse.

Jesulín- ¿Quiénes son tus señores? Si se pué sabé?

Criado- Morillo se llaman. Lo han de conocer.
Ayúdenme ahora en mi menester.

Jesulín- Trae pa cá esa lista.

Julio- Cuidado. Qué piensas hacer?

Jesulín- Ayudá a este hombre. Tranquilo, escucha:

Señores de Varo,
Señores de Rendón,
Señores de Oliva,
y aparte en la lista Señores de Castrillón...

Criado- No, esos ya son de Vejer
Tan solo... Varo, Rendón y.... Aceituna
me han de indicar por donde residen
para darles así una a una
estas cartitas con la invitación.
Como es carnaval, to los invitados
habrán de vení con careta y disfrazados.

Jesulín- Pues gracias hombre...
Digo... Que ha de ir por la calle principal
y al llegar a la plaza, pregunte al personal.
Allí mismo viven los que te he nombrado
y no habrá problemas en darle el recado.

Criado- Pues... Gracias y Adiós.

Jesulín- No hay ni porqué darlas. Vaya usted con Diós.
¿Has visto Julito, que oportunidad?
Comida, bebida, de ná va a faltar.

Julio- Ya sabes que yo allí no puedo ir.
Relinque y Murillos desde hace ya años
no pueden ni verse.¿Te acuerdas en Los Caños?
A punto estuvo mi primo de morir.

Jesulín- Pero con caretas, nadie se percatará.
ya has visto... están invitados los de Castrillón.
Estará tu Ana. Estoy seguro de que aliviarás
las penas que rondan a tu corazón.

Julio- No sé, la verdad.

Jesulín- Te lo han puesto a huevo.
No dudes, verás
que mañana estarás como nuevo.

Julio- Pues no se hable más.

Jesulín- ¡Ese es mi Julio! Mañana a las ocho con capa y careta.

Julio- Con capa y careta... vale.
Iremos los dos en mi motocicleta.

Jesulín- Hasta mañana.

Julio- Hasta mañana.


FIN DE LA PRIMERA ESCENA DEL PRIMER ACTO
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JUAN JOSÉ JULIÁ DE AGAR

"Una historia de amor" por JESÚS MONTERO

Una historia de amor

1

En 1895 Edith Lanchester y James Sullivan, militantes socialistas en Battlesea, una localidad del entorno de Londres, tomaron la decisión de convivir libremente, fuera de la institución matrimonial. Ella era una joven instruida de una familia acomodada y él un obrero autodidacta de origen irlandés. Todo un cúmulo de ingredientes que llevaron a la familia Lanchester a intentar disuadirla de sus intenciones. Para ello contó con la complicidad de George Fielding Blandford, un afamado y respetado médico especialista en enfermedades mentales, autor del libro La locura y su tratamiento. Él mismo acompañó al padre y a dos de sus hijos cuando fueron a visitar a Edith un día antes de que pudiera poner en práctica su deseo de iniciar la convivencia con James.

2

-Mira, Edith –intervino el doctor Blandford, intentando aportar una dosis de racionalidad fatua a una situación que se tornaba cada vez más difícil-, la decisión que has tomado no está acorde con lo que se espera de ti. ¿Te imaginas a ti misma con un hijo de un hombre que, quién sabe, puede acabar abandonándote después de haber obtenido de ti la más preciada virtud de la que disponéis las mujeres? ¿Te imaginas el dolor de tu propia familia, afligida por el mal causado y llevando a cuestas la cruz de la vergüenza? Pretender establecer una unión de amor libre con un joven que no es de tu condición no sólo sería para ti y para tu familia la ruina total, sino que, para serte más sincero, supondría un verdadero suicidio social. Nadie perdonaría a tu padre si no actuase como lo está haciendo ahora, que además, sabes bien, obra con la mejor de las intenciones. Ni yo mismo me perdonaría si dejara que un asunto como el que nos ha traído aquí, acabara siendo una mancha en el prestigio que me he ido ganando a lo largo de muchos años de duro trabajo. Entra en razón, mujer, que no te falta nada para que puedas encontrar un hombre que te haga feliz sin que tengas que mancillar el honor de tu familia.

-Lo que realmente resulta inmoral es el matrimonio mismo –arguyó Edith con poco entusiasmo, consciente de que se enfrentaba a un muro insalvable de incomprensión-. Lejos de proteger cualquier tipo de honor, nos condena a las mujeres de por vida. Si yo aceptara casarme, aunque fuera el propio James quien me lo pidiera, acabaría perdiendo mi independencia.

-¿Cómo puedes decir eso? –replicó el doctor-. ¿Acaso no eres consciente, como te dije antes, que puedas ser abandonada por ese hombre y quedarte sola con tus hijos? ¿Crees que de esa manera conseguirías tener la independencia de la que hablas?

-No va a ser así, doctor Blandford. Dudo que James lo hiciera, pero en última instancia sería yo quien tomara esa decisión.

La rotunda negativa a admitir semejantes agravios contra su dignidad fue la espoleta que llevó a mister Lanchester y sus dos hijos a coger por la fuerza a Edith, atándola de pies y manos y arrastrándola hasta el coche de caballos que esperaba en la puerta para llevarla a la Priory Institution, un lúgubre asilo privado donde habían planeado encerrarla en tanto no desistiera de su actitud. Les asistía la Lunacy act, una ley infame aprobada hacía medio siglo, mediante la cual una persona podía ser recluida por la fuerza si la familia lo decidía y tenía la conformidad de un médico. El doctor Blandford estampó su firma en un documento que certificaba la locura de Edith, como respuesta a una conducta que su entorno había sentenciado como descarriada. Lejos de avergonzarse por su atrevimiento a la hora de justificar médicamente la decisión de encerrarla, llegó a manifestar que “los mítines y escritos socialistas habían trastornado su cerebro”.

La pronta reacción de James Sullivan y el apoyo que tuvo de su gente resultaron ser, sin embargo, la tabla de salvación de Edith. Aprovechando una modificación de la Lunacy act introducida cinco años antes, presentaron un recurso ante una comisión de apelación que tenía un máximo de siete días para resolverla. También airearon el caso en la prensa, haciendo que se abriera un verdadero debate en la opinión pública. Al cabo de cinco días la comisión dictaminó que Edith era una mujer con el pleno uso de sus facultades mentales, aunque con un añadido: estaba “equivocada”. Un resultado justo y una acotación que, pudiendo parecer que establecía una equidistancia entre una parte y otra, dejaba huella de una moral que fenecía.

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Edith Lanchester y James Sullivan fueron protagonistas, muy a su pesar, de un caso que pudo terminar dramáticamente. Su tesón y rebeldía y la complicidad de tantas personas que pusieron su aliento por una causa digna resultaron ser el germen de su triunfo. Edith tenía en contra su condición de mujer, de la que se le exigía sumisión hacia la autoridad paterna y respeto a una moral estricta y timorata. También pesaba como una losa su pertenencia a una clase social distinta a la de su compañero, que reunía los estigmas de obrero, socialista e irlandés. El miedo a que la repercusión del caso en la opinión pública alcanzara cotas mayores permitió que se abrieran las puertas de ese infierno al que la habían condenado en vida. Su familia siempre tuvo la convicción de que estaba realmente loca, el subterfugio utilizado para justificar lo que consideraban una traición.

No todo fue tan fácil. Hubo líderes socialistas que, dando muestras de prejuicios patriarcales heredados y un complejo de clase cobarde, se pronunciaron en contra de la postura de la familia Lanchester, pero juzgaron poco apropiado el comportamiento de la pareja por perjudicial para el prestigio del socialismo. Pese a todo, la convivencia libremente aceptada de Edith y James acabó durando cincuenta años. Esta vez el designio de los dioses y las ataduras fijadas secularmente en las mentes de la gente no pudieron separarlos. Su amor sigue perdurando, como perdura en cuantas personas lo entienden como proyección propia y hacia las demás. Que descansen, pues, para siempre.


JESÚS MONTERO BARRADO

viernes, 4 de febrero de 2011

Romeo y Julieta: Crónica de Cena Poética ENERO 2011

Nuestro querido amigo Jesús propuso para esta cena poética del viernes, 28 de enero, un tema en el que pudiésemos trabajar todos para ver nuestras diferencias de enfoque y estilo, un tema más concreto que los que suelen ser habituales, por lo tanto. Y el tema que finalmente acordamos fue ni más ni menos que "Romeo y Julieta".
¡Aupa la bravura!
Claro, resultaba un tema de tan manido poco conocido, y fuimos descubriendo cómo el mito del amor por excelencia era mucho más que esto en la obra de Shakespeare: desde la inmediatez del enamoramiento hasta la volubilidad de Romeo, la juventud (13 añitos) de Julieta o la histriónica comicidad de un final de asesinatos y suicidios en masa -todos en la misma tumba. Desde el ocioso o pacifista Romeo, dependiendo de la visión de cada uno y una, hasta la revolucionaria Julieta. Todo un viaje por el teatro.
Muchos nos releímos la obra, algunos hasta tres veces y otras casi ninguna. Pero eso no importó porque teníamos un perfecto contador de historias que nos puso al día durante la cena con pelos y señales, palabras exactas y ... aquello parecía una reunión de catedráticos de literatura de la vieja escuela.
Mmmmm... la cena fue de chuparse los dedos:

De aperitivo Belén trajo unos deliciosos tomates con queso y albahaca
De primero tempura de verdura a los dos venenos ( uno con soja y otros ingredientes secretos que sería "el que mataba", el que se tomó Romeo; y otro con mermelada y otros ingredientes secretos, que sería "el que aparentando matar resucitaba aunque por poco tiempo", el que se tomó Julieta)
De plato principal Spaguettis cuerda del balcón con una riquísima salsa de tomate y nata
Y de postre: brazo de Montesco y Capuleto, storia di successo(uno de chocolate y otro de crema catalana...)
Los bombones de Jesús se quedaron olvidados sobre la repisa así como el vino de MeriJo en la nevera... cosas de la vida y de las cenas... porque entonces empezó un verdadero duelo amistoso sin muertes más que por risas accidentales de textos variados: Jesús nos dejó boquiabiertos con su exhaustiva investigación literaturizada basándose en un caso real de una pareja en la que, a pesar de las dificultades, triunfó el amor; MeriJo -breve e intensa- nos ofreció minirelatos de una línea para quedarse pensando y su deliciosa historia, con las palabras justas y medidas, pesadas, cuidadas, sobre las aventuras de otros desdichados amantes: el Tempranillo y su primer amor, por el que se echó al monte; Belén nos leyó un texto en tono jocoso sobre una Julieta tetona y culona y su pobre Romeo sumido en las grandiosidades de su amor e hizo una interesante reflexión sobre la relación padres y madres con sus hijos e hijas que nos dio mucho que hablar; Juanjo transformó las primera escena de la obra "a la barbateña y vejeriega" con personajes apellidados Morillo, Relinque y Castrillón, ¡os imaginaréis de qué iba el sarao! y a mí, como últimamente me pasa, a prisa y corriendo esa misma tarde, me entró la inspiración de lo cómico y enredoso, ocurriéndoseme un texto sobre el afán de Shakespeare de rematar sus obras con pocos mortales vivos, en fin, muchos muertos por todas partes. Y mención aparte para Antonio Aragón que aunque no vino en carne y hueso sí lo hizo en papel y letra... y nos envió un maravilloso relato de suspense con vuelta de tuerca final que causó la admiración de todos y todas nosotras.
Un poco de todo, una cena tranquila, algunas conversaciones interesantes y una nueva cita dentro de un mesecito con propuesta polémica por parte de Belén y el reto aceptado por los demás: las mujeres/ hombres de nuestra vida, pero así, sin mezclar, haciendo la escisión entre géneros. Propongo que cada persona elija la opción de ambas que prefiera ( hombres/mujeres), para no dejar puesto el tema también para la postpróxima cena. Una fecha posible: el viernes, 4 de marzo. ¿Qué tal os vendría?
Gracias como siempre, amigos y amigas, es un placer y un gusto escucharos y también lo es que prestéis vuestros oídos a nuestras palabras. Un lujo que vamos mimando cada uno y una de cena en cena... y curiosamente no se nos ve más gordos/as... menos mal que es solo ( sin tilde, mira que cuesta, ¿eh?) una vez al mes.
Mimi, te echamos mucho de menos y también a ti, Ascen, y esperamos que muy prontito vuelvas de nuevo con nosotros.

MONTSERRAT GÓMEZ GÓMEZ

miércoles, 5 de enero de 2011

VERDE Y AZUL por Juanjo Juliá

El cielo viste hoy de grises por variar
y tú con verde mar y azul de Breña
resulta que resaltas.
¿Quién eres cada día?
Me acaricia tu saludo
y yo no puedo más que enamorarme.
Te miro, te deseo, te intuyo,
invento algún poema,
te invito a una sonrisa:
Quisiera conquistarte.
¡Tan frágil! Me abruma tu inconstancia,
el que dejes de ser en un instante,
mas si hay algo en mí de permanente
eres tú, mi amor,
tan siempre tú y siempre diferente.

sábado, 1 de enero de 2011

El. Ella, ellos, los dos. por María José Soriano

Basado en la historia de José María "El Tempranillo", bandolero de la sierra de Ronda.
Pincha en este link que te llevará al blog de María José Soriano para llegar al texto:
http://arasdeagua.blogspot.com/el-ella-ellos-los-dos.html

Con leche por Belén Hernández

Con leche

Le preguntaron si prefería con leche o sólo. Le ofrecieron una amplia gama de colores en tazas indiscutiblemente limpias. Le dieron a elegir en una caja con distintos apartados de diferentes tipos de azúcar y sacarinas: terrones de azúcar blanca, azúcar moreno desmenuzada, sacarina en polvo o en pastillas, polvos de azúcar.

Y ante tanta extensión de ofertas varias, se atoró. Atascó su mente y suplicó clemencia a la fatalidad que bloqueaba su expresión en el momento más inoportuno, ante un camarero interesante con atuendo de intelectual fortuito. Se sonrojó pero se miraron a los ojos un buen rato hasta que liberó su demencia: “ No, no, no no sé contestarte…. Lo, lo que tu quieras”.

“Pues si te parece la taza la pongo roja, por eso de abrigar el peligro de lo impensablemente deseado, la azúcar te la echo en polvo por tu cintura, y lo de solo o con leche o lo eliges tú o nos vamos de este bar a recorrer calles cuando acabe mi turno en media hora”

“Con leche. Te espero entonces”

Exótica por Belén Hernández

Exótica

La conoció en una fiesta. Su traje rojo y elegante resaltaba la belleza de su cuello y de sus hombros…. el infinito espacio desde su cuello a su boca… desde su oreja a sus labios… desde sus labios al inicio de su pecho acariciado por el rojo de esa gasa de color rojo que viajaba en el espacio de su belleza a su boca.

Era… exótica….morena, vigorosa.

Se acercó a ella por la espalda y acercándose a su pelo le susurró lentamente:

- La vida te debe besos

Y ella sólo se volvió. Tan sólo se volvió lentamente y al encuentro de sus ojos en silencio suspiró, y no le dio el momento para anclarse para siempre a ese desconocido que le había resumido en un instante la pérdida de sus años deambulantes.

Pero ella, no se iba a inventar ahora una historia de amor enloquecida, y agarrarse a la demencia de idear un delirio de futuro irrealizable… para una perdida aurora.

Le miró profundamente a los ojos y sonriendo con amargura contestó

- Como a ti, por eso albergas la esperanza de que algún día alguien, te colme de ellos.

Al calor de la hoguera por Belén Hernández

Al calor de la hoguera

Acércate hijo, acércate… que estas cosas sólo se pueden contar arrimaítos: cuanto más cerca mejor, cuanto más contacto mejor, cuanto más juntitos mejor… porque estas cosas dan escalofríos… pero de esos que recorren el cuerpo de la sien hasta la espalda y pasan por los piernas dejándote un sabor a soledad inevitable y a metal.
Por eso acercaos todos porque lo que os voy a contar no os va a dejar ni indiferentes ni tibios, que es bueno que se sepan estas cosas estando arrimaítos.