lunes, 25 de mayo de 2009


Pongamos que salgo de Madrid
por María José Soriano

Van quedándose atrás las torres-hormigueros y los aparcamientos de las grandes superficies dónde infinitas hileras de coches aguardan como tumbas de guerra anónimas que les alimenten el capó hasta atiborrarlo de plásticos repletos de globalización, que les ocupen los asientos seres ahítos de abalorios inflacionados hasta corroerlos oxidándoles la vida.

Va pasando un paisaje estéril que va devorando el secano fértil con ladrillos adosados a cuentas especuladoras mamadas en recalificaciones desde sillones municipales.

Va alejándose la ciudad mientras que el cielo se cierra y el aire se hace gris y densa la calma que contiene una tarde de perros abandonados y húmedos.

Va acercándose el paisaje que aguarda impaciente enlucirse de verdores lubricados en los aguaceros que se presienten y que espera con anhelos de amante satisfecha la acometida que se le viene…


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sábado, 23 de mayo de 2009

EL HOGAR por Belén Hernández

Aquella mañana, te levantaste y me dijiste que te marchabas…. y yo sentí que todo lo que te había visto dudar y afligirte, y empujarte hacia la vida para de nuevo acobardarte, toda esa mansedumbre tierna había desaparecido y ese día, habías tomado por fin la decisión que tanto te había costado, la elección de seguir tu camino, de abandonar lo que hasta entonces había sido tuyo, pero se descolgaba y ya había dejado de serlo, de encontrar tu sitio, tu hogar, tus luces indirectas, tu música, los olores que habrían de definirte desde entonces como propios, impúberes pero tuyos, de ser tú la dueña de tus silencios y de tus locuras, sin interrupciones, con tu permiso a divagar, a oscurecerte cuando así te venía en gana y a iluminarte cuando sentías que el mundo se circunscribía más allá de tus dominios.

Y te vi guardar tus libros en tus cajas, y esa fue la señal definitoria del principio de tu ausencia y mi vacío. Los guardaste, poco a poco, ojeando lo que hacía años te había perturbado o inquietado, las frases subrayadas a conciencia con la certeza de que al cabo de los años, releídas, sabrías cuál había sido la sensación de ese momento, esos recuerdos sensoriales, físicos, anticipados a la elaboración de un pensamiento, que te llevaron a una memoria celular que sobrevolaba más allá de tu aliento.

Y supe que te marchabas, Que ese rincón detrás de la cortina de tu cuarto en el que habías ido acumulando libros, lámparas, manteles, y cualquier utensilio que te sirviera para crear tu hogar, el tuyo propio, no el heredado, el decidido, el elegido, iban a dejar un hueco permanente en mi vida.

Y me abrazaste al salir por la puerta y me besaste…. Y yo tuve la certeza de que ya no volverías a vivir conmigo, de que te marchabas y te atrevías, de que había llegado tu hora porque así te tocaba, inexorablemente el paso de los años se había colado en tus mejillas, en tus fines de semana, en tu empezar a mirar hacia otro lado, como era sano y natural, me decía a mi misma, como tenía que ser, increpaba a mi añoranza…. Pero no conseguí aplacar mi desánimo… y enmudecí. Bloqueada por la angustia y la experiencia enmudecí… sin poder decirte lo que sentía… arrastrada por el miedo al hueco de tu cuerpo y de mi vida, al espacio que ocupas en la casa… enmudecí…sin poder decirte que te quiero, Hija Mía, que tenías que iniciar tu cuento y escribir tu propia letra, que iniciabas tu camino y tu destino hacia tu nuevo mundo y yo tenía que reconstruir el mío propio. Que sabía que lo necesitabas, que era imprescindible, que te ahogas en la historia personal de legados familiares, tan abstractos, arduos, difíciles e incomprensibles, donde el amor se había quedado en los altillos de una historia que a partir de aquel momento pasaba a formar parte de tu pasado.

Y no pude expresarte mi certeza de que crearás tu hogar, con tus cojines, tus velas, tus luces indirectas, tus libros, tus olores, tu espacio necesario para vivir y ser quien ya te sientes.

Y decirte que el hogar se lleva dentro, en las entrañas, en los noes que hemos osado vivir y los síes de lo que hemos ido aceptando. Que allá donde estés, que vayas donde vayas, siempre podrás llevarte una vela, un cojín, un libro, que formarán la atmósfera de calor necesaria para sentirte recogida… que el hogar lo llevas dentro aunque haya cuatro objetos que lo materialicen, y que no es más que eso, no es más que acunarse cuando uno lo ansía, y mecerse cuando uno se recoge. No es más que el domingo cuando llueve, como cuando llueve dentro de uno, y el cigarro que te fumas en la cama.

Y tu hogar eres tú… y es más grande si siendo… eres con otro.

Y esto nunca te lo dije hija mía…

SÉ QUE TU HOGAR SERÁ CÁLIDO

EL VIAJE por Belén Hernández

De telarañas se cubrió la casa del silencio. Donde habita el olvido

Con el transcurso del tiempo se enmohecieron los techos, se cubrieron de polvo los altillos, de lodo las afueras, de negro los cristales.

Y como quien dice adiós a su locura, abandonó el hogar de tantos años… de despertares inquietos, de secretos, de miedos.

Y un día se alejó de aquel lugar eterno, divino, maldito y enojado… empezó a buscar su espacio en otro mundo….más allá del silencio.

Durante veinte años había habitado sus paredes, sus techos… se escondió tras las rabias de los moradores, aprendió que más vale callar cuando uno siente que se le revienta el pecho…. porque no pudo gritar, mejor callar que gritar, mejor callar que gritar.

Y en la casa del silencio vivió la soledad de los heridos, la locura de los necios, la hipocresía de los vanidosos, la mentira de los ciegos…

Y allí, en la casa del silencio, se caló de lo que puede saber y sentir una persona no querida.

Llevaba demasiados años de espesura, de olores ajenos en el hueco que le había pertenecido, de esencias, de perfumes de otras mujeres que nunca llegó a ver y que nadie le había dicho que existieran…. Pero ella las olía.

Y partió.

Era Colombia su destino, el mangle, el gen-gen y la pitaya, el zebiche, el zancoho, el tintico, el ron y las berraqueras.

Se le puso en el alma la certeza de que ese viaje le devolvería el anhelo, la alegría, el ímpetu y el movimiento… porque se había quedado paralizada. De brazos, de piernas, de tesituras. Se transtornó su buen juicio la noche sombría y negra que le trajo la noticia de que su esposo tenía otra mujer entre sus sábanas. Se quedó inerte, desierta, desvencijada. Y esa fue la garantía de tantos años de olores desconocidos

Apagó la vela del decoro, y a partir de ese momento no dijo más que verdades. Se juró a sí misma que no volvería a mentir, a callar, a habitar la casa del silencio, a disimular, a traicionarse, a venderse, a profanarse… que no se prostituiría de nuevo, porque fiel, sumisa, callada y sorda se había prostituido toda su vida… por no decir la verdad, por disimular, por traicionarse… y paradójicamente la vida le devolvía la mentira de su matrimonio, la paralización de su cuerpo, y la lengua audaz y libre que había ido apaciguando desde que era una niña.

Y entonces emprendió el viaje. El viaje a ninguna parte más que a sí misma. Necesitaba ver el mar, bañarse entre las olas desnuda y sin secretos, purificar su locura y su cordura para darle la vuelta a estos dos conceptos tan limítrofes, confusos, relativos y solemnes.

Y se bañó en el Caribe

Y con la ayuda de la vida y un roncito se metió en el mar con el efecto del alcohol y de las olas. Y le salió una voz de dentro verdadera, animal, ancestral, kármika:

Yo, yo, yo yo !!!!!!
al principio con risa yo, yo, yo, yo !!!!!!!
luego con miedo yo, yo, yo, yo !!!!!!!
luego con llanto yo, yo, yo, yo !!!!!!!
luego con susto, con rubor, con horror, con espanto
…. hasta que le llegó la calma:
yo, yo, yo yo

y al tiempo su cuerpo recuperaba el movimiento y la elegancia. Y sin saber por qué ni cómo, sin entenderlo, sin esperarlo, desde lo más hondo de sí misma, como un volcán que expulsa sus miasmas,

GRITÓ SU NOMBRE

Y ahí empezó el viaje verdadero, desde otro sitio, desde sí misma… y descubrió Colombia, donde hay árboles que al reflejo del sol se vuelven plata sus hojas, y que se puede viajar en carretera 2 km como si fueran 30, que la guerrilla se disfraza de policía y viceversa… sin confianza. Que hay cucones grandes y sonoros que le pueden desquiciar a uno los miedos, que huele a selva, a papaya, que en el cielo se ve la cruz del sur y el sol se pone de otra forma… Y QUE HAY OTROS MUNDOS… PERO ESTÁN EN ESTE… y que a partir de entonces ella, los viviría.

jueves, 21 de mayo de 2009

ELVIAJE por MON

El día en que me quedé quieta empezó el viaje.
El viaje fue, entonces, un hoy.Y el instante presente me viajó.
Lo estiré hasta el norte, el sur, el este y el oeste.Ya no era punto cardinal de otros lugares.
No era el norte de nada ni el sudeste de ninguna otra certeza. Solo era el viaje del instante.
Llevaba tiempo deseándolo porque sabía que tras este vendrían muchos más. Pero como pensaba que no requería preparación consciente me dediqué a hacer lo único que sabía que podría funcionar: espantar todos los pensamientos que no fuesen orientados directamente a solucionar algún problema tangible y práctico durante días. Las semanas previas habían sido un período convulso. De deshacer imágenes creadas, certezas de conductas mías y de otros y de romper el sístole y diástole de la armonía fraguada. A fin de cuentas, que yo sabía que recibiría una llamada y sería entonces el momento.
Y así fue.
El martes pasado a las siete y cuarenta y dos me llamó. Zumbaba una abeja cerca de mi rodilla y mayo agitaba la avena loca en el campo de enfrente, donde crecen los acebuches. Allí empezó el primer viaje. Un silencio interior me embargaba, me quedé quieta entonces: mi cabeza vacía de palabras, mi corazón expurgado de sentimientos, mi vientre evacuado de pasiones. Y fue en ese instante presente de viaje en que escuché a la abeja azul. Entre la pata de la mesa y mi rodilla, flotaba en el aire, movida por un hilo del que pendía su torso y lo abaneaba en el eje vertical. Después llegó la avena, nieve al sol brillante, difuminada, toda en una, mecida sin contornos precisos.
En estos viajes no hay un durante el viaje porque en cuanto empieza el durante ya inició otro viaje dentro de este o de su mano, así que todo esto aunque lo cuento en sucesión debéis saber que fue simultáneo.
La música debió entrar por todos los poros de mi piel y de mi pelo, sus notas de insectos, sus claves de brisas,me recorrían, qué digo me recorrían, quiero decir recorrían el viaje que era yo y, por primera vez en todo el mes, mayo sonó: era la mejor pieza de Satie, arrancada de las teclas verdes y blancas de la naturaleza. En aquel instante, de las siete y cuarenta y dos sé que vino Pepe, que es mi vecino, y estuvo a unos centímetros de mí, arreglando el farolillo verde y rojo que pinté hace unas semanas, y claro, no me vio. Yo estaba de viaje, sin líneas a mi alrededor que me perdiesen la pista de todas las maravillas que iba descubriendo de la mano del asombro, la novedad y el vacío que en mí se habían hecho para recibir todo lo externo. Ahí me di cuenta de lo fácil que es hacerse invisible.
El miércoles, jueves, viernes, sábado y domingo volví a viajar. Del miércoles al viernes sólo uno o dos viajes al día. El domingo viajé veintidós veces. La número seis la recuerdo especialmente. Empezó con la voz, mi propia voz retumbaba dentro de mí y me llamaba con su espectro. Yo estaba hablando con el camarero del Minigolf y le pedía un café. El camarero era moreno, con el pelo sedoso y sus movimientos eran rápidos, confusos. Apenas me miraba, jugaba con un sobre de azúcar y sentí cómo crujía cada grano del sobre entre sus dedos deslizándose para volver a recolocarse en otro lugar en contrapeso. Mi voz, que me sumió en su eco interno, escuchó el resto de ecos que me rodeaban: los de los gritos de la pareja de al lado, chillones, enérgicos, con ondas cortas y poco amplias, rasgadas, y la rapidez se mezclaba con mis ondas sonoras que decían: un caféeeee. El taburete era duro, esa dureza despertó la dureza de mis muslos, en los que rebotaban parte de las olas que provocaba el eco del aroma del café. Cuando volví del viaje, me lo tomé y, sin querer ni dejar de querer, le dije a la pareja de al lado: pronto soñaremos despiertos. Me miraron desconcertados y entonces volví a viajar. Tras este segundo viaje hablamos sobre tantas cosas que no las quiero recordar todas. Entre otras, sobre el atardecer.
Hoy es de nuevo miércoles, hace un rato he viajado de nuevo. A las cuatro y veintitrés me comenzaron a hablar. Era un lenguaje gestual, inmóvil, de fotografía movida. En este viaje mi pie izquierdo tiene calor, mi pie derecho está en reposo, mi cuerpo se apoya en el sillón y mis dedos teclean mientras sigue agitándose la palmera al viento de levante y las estrellas rojas de la puerta van decadentes perdiendo puntas. En este viaje el canto amortiguado de los pájaros por los cristales de la tarde de siesta ha entrado en mi salón y una mariposa blanca se ha cruzado con él. Hasta que me mueva no terminará. Nada más que este intervalo cabe hasta el nuevo transporte que me llevará a otra parte. ¿Entonces?
Pienso que a veces no he viajado estando de viaje. He tapado las orejas, cerrado los ojos, me he puesto una pinza en la nariz,guantes de lana, y he guardado la lengua.Curiosamente yo esto no lo he sabido hasta ahora ni yo hacía nada para que sucediese. Alguien que me habita lo hacía por mi. Y entonces se me acortaba la vida, la vida de viaje. Repito, para que quede claro, que esto no lo sabía yo hasta hoy porque la llamada es constante pero si me pongo tapones y manos sobre las orejas no la escucho.
Conocí en este viaje que os cuento la disposición de las sillas del salón en torno a la mesa azul, su diálogo y su movimiento. Fueron la primera llamada. También la coquetería de la cortina blanca dejando ver impúdica la gran cristalera, el descuido del sofá beige, sus arrugas siendo aún tan joven. Me admiró la caracola que se posa sobre la cáscara de mejillón en la bandeja de la mesa ovalada, y pude llegar a a transportarme hacia las fibras de plástico entrelazadas del jarrón vacío hasta que mi mirada perdió la noción de invidivualidad en ellas y las atravesó. Todo mi cuerpo gozó de la transformación de ser malla de fibra de plástico vista con los ojos entornados.
No he querido sacarle fotos a nada, así que sabiendo que es como os lo cuento, en vosotros cabe la posibilidad de creerlo o no creerlo. Lo más recomendable es que os quitéis las manos de las orejas.
El top ten del viaje de hoy ha sido, sin duda, la relación entre las sillas de la mesa azul: cómo se miran, cómo se escuchan, qué pacíficas se las ve y que cercanas sin casi tocarse; las dos de la izquierda, porque la de la derecha observa, pero sin participar. Está presente desde la distancia. A las otras dos no les falta de nada, les sobra hasta el tiempo, redondeadas, permanentes, con su malla de plástico apoyan sus cabezas suavemente sin perderse, la una en la otra, sin tocarse. Se aman. Eternamente se aman en este instante constante.
El resultado ha sido que al haberme convertido en malla de jarrón ovalado, todas las palabras que estaba tecleando durante el viaje se han esfumado así que tal vez todo esto que escribo se haya ganado para siempre, porque perdido no se puede haber perdido.
En este sincesar viajero me gano a cada instante y me olvido de mi también en cada uno de mis viajes. Hoy se han vuelto a suceder más lentos, sólo dos. Durante esta semana he sido tantas personas distintas al volver como la misma que se ha mantenido.
El secreto de renacer. Todo es siempre nuevo. Nada permanece ni llegamos del todo a ello en cada movimiento o silencio. Uno siempre es nuevo. Y nada añoro ya de lo que ya no está. No pienso en los viajes, sólo en el poso que me queda dentro y me deja vibrando, no pienso en el antes de los viajes ni tampoco en el después. Me dejo viajar y ahí encuentro mi mundo, que siempre ha estado, un mundo en el que la armonía eterna nunca es una, sino muchas sucesivas, recién llegadas, aquel del que había desconfiado durante unas semanas y que, gracias a la llamada, me ha sido devuelto y me hace fluir por el buen camino del amor.