martes, 13 de noviembre de 2012

Microcrónica cena poética OCTUBRE 2012 "NÓMADAS"



Éramos cinco.Los dedos de la mano. Los asistentes que viajamos a la cena poética.
Era 19 de octubre de 2012. Otoño en Jerez, casi verano.
Todos sin mucho visto, preparado. Espontáneo.
Érase una vez una mesa en blanco, que se fue llenando de palabras y platos. Menú nómada que casi se escapa volando.
Entrante: Caracoles nómadas " Cañaíllas con la casa a cuestas"
Plato principal: Pollo indú " por aquello del nomadismo del viaje"
Postre: Compota de membrillo " la búsqueda del nómada"
Érase una vez un sofá en blanco, que coloreamos -diría Belén- y recubrimos de un sinfín de elipsis - en recuerdo a Tato-, un sofá blanco donde se sentó el pasado -con Jorge Garrido-, el nómada con su sedentario a cuestas y viceversa según la palabra de Juanjo y los aborígenes nómadas australianos decía Mon.


Y se acabó. Íntimo, recogido, disfrutando. Se acabó la cena poética.Aquí , en las entradas que siguen, dejamos trocitos de lo que se leyó:


Gracias amigos, como siempre, y más, qué generosidad de intimidad con vosotros.Os descubro, os miro, en cada texto.
¿La próxima?  "Engaños" en enero. Para empezar bien el año.



Microrrelato "NÓMADA", por Juanjo Juliá


NÓMADAS

Y entonces... cansado, me voy a dormir y sueño: Como cada día el pueblo está tranquilo. El silencio del amanecer tan solo se rompe con lejanos ladridos de perros, que con una cadencia perfecta resuenan  a lo lejos. Algunos pájaros anuncian ya el inicio de una jornada en la que, con suerte, nada ocurrirá. La cafetera nos despierta ya a todos y cada cual se somete sin grandes emociones pero con dulzura y serenidad a la fantástica rutina diaria. Eterna felicidad que tan solo el dolor o la muerte puede momentáneamente interrumpir. 
El día transcurre sin sorpresas, a lo más un chaparrón o la ocurrencia espontánea de algún animal o de un niño. Todo dentro de lo esperable. Todo. Hasta que al fin llega la noche y cansado me voy a dormir y sueño.
 Me despierto siempre de la misma manera. Antes de abrir los ojos intento averiguar dónde me encuentro. En qué hotel de que ciudad me toca despertar ahora y a veces es imposible. Nunca tuve una casa propia, ni un lugar que pudiera considerar mi lugar, o como dicen algunos refiriéndose a ésto, supongo, mi hogar. Qué ajeno me resulta. Cada dos o tres días he de viajar. La única referencia fija que tengo en el mundo soy yo mismo. Aunque hay un cierto parecido entre las ciudades, en el fondo son diferentes. Nada hay más lejos de la rutina. Me siento feliz y afortunado de poder vivir de esta manera. Tan solo cuando al fin llega la noche  y entonces, cansado, me voy a dormir y sueño.
Soy nómada por necesidad. sin orgullo de serlo. Siempre el mismo sueño: un terruño, un amor,  un futuro.

Aborígenes australianos por MON


Australia I. Los aborígenes australianos.
Llegar a Australia es irse muy lejos. No tanto como llegar a China pero queda a un rato. Quiero decir que no compartimos mamíferos ni paisaje ni cultura base aunque el mundo australiano, si nos limitamos a las ciudades, la barrera de coral y playas, y completamos con una pequeña incursión al Uluru sin detenernos mucho, es reconocible. Hace un siglo y alguna década no era así.
Hace un siglo y alguna década llegaron los ingleses y transformaron Australia. Transportaron con ellos a roedores como los conejos y  ratas  o  a los perros (el perro salvaje dingo, subespecie de lobo propia de Australasia, es el único mamífero previo que existía). Australia se convirtió en un hervidero de conejos y para terminar con ellos, se inventaron una enfermedad: la mixomatosis. Actualmente esta enfermedad mata a colonias completas de conejos en todo el mundo. Es decir, infestaron de animales externos un país, lo atacaron para solucionarlo y acabaron dañando al resto del mundo. Además de esta altisonancia animal, transformaron a los pobladores australianos llamados aborígenes, vistiéndolos, educándolos, colocándoles un rifle y, en definitiva, domesticándolos. En las fotos que quedan de la llegada de los colonos estaban desnudos, con palos y flechas,  vivían en chozas y tenían una cultura nómada, basada en el conocimiento del medio ambiente y la supervivencia en un espacio árido (1892). En un tiempo récord se transformaron en indígenas disfrazados de ingleses, con armas inglesas y pose artificial (1904). Ahí empezó la aculturación de un pueblo entero, su masacre y debacle.
En nuestro viaje por este enorme país tuvimos que elegir zonas para no perdernos en la vorágine de abarcar más de lo posible. Elegimos Sydney y alrededores (Blue Mountains), la ciudad de Cairns y las playas e islas aledañas a su barrera de coral, así como  los territorios aborígenes: Cape York y Alice Springs. En otras ocasiones os hablaré del resto del país que he conocido pero hoy me centraré en los territorios y, sobre todo, en el pueblo aborigen.
 Quería conocerlos de cerca y la única forma era visitar sus lugares. Hay aborígenes adaptados por aquí y por allá, en muy pequeñas proporciones, aborígenes creativos que han expandido su arte (Dreamings) y han entrado con él en los circuitos comerciales, aborígenes universitarios que viven en las ciudades, pero yo quería visitar algo más real y mayoritario.
Quedan dos zonas en Australia que aún son territorio aborigen y se rigen por leyes propias: Cape York al noreste del país, en la región de Queensland, el paso a la isla de Papúa Nueva Guinea, y el estado del Territorio Norte, cuyo centro, Alice Spring, es donde se encuentra la  montaña sagrada Uluru, paso obligado de cualquier viajero que se precie. Las veces que intenté contactar con ellos recibía silencio o apenas un monosílabo o risas de los niños y niñas, o miradas ausentes. Solo en una ocasión, sin palabras, pude sentir a una mujer anciana, en pleno desierto.
Viajamos durante varias semanas por estas zonas. Por Cape York en caravana todoterreno. El lugar es árido y está despoblado, desértico, como la mayor parte del país, los caminos están hechos de  tierra es rojiza y polvorienta. Es necesario vadear ríos para poder avanzar por la zona y no hay alojamientos en los pocos pueblos que encontramos, apenas algún camping.
Era ya el final de la estación seca, quedaba nada para la de lluvias, que se adelantó y nos cortó el paso a mitad de Cape York. Allí una barrera nos impedía seguir hasta el final a causa del peligro de inundaciones y, por tanto, de quedarnos atrapados y aislados durante meses así que tuvimos que dar la vuelta a un tercio de viaje.
Mientras cambiábamos de planes mi cerebro rebobinaba el camino hecho, ocho días de tierra roja, polvorienta, de algún que otro canguro y walabee (pequeño marsupial) cruzándose por nuestro camino, de playas infestadas de medusas donde el baño está prohibido, de hermosísimos bosques de eucalipto, de diferentes  especies, sobrevolados por bandadas de cacatúas blancas, bandadas de cacatúas negras. Una belleza. El eucalipto blanco, negro, la tierra roja levantando polvareda al paso. Cada árbol tiene su sentido en el lugar del que proviene. De allí los exportaron y llegaron hasta nuestra tierra para comerse nuestro bosque. Allí son los divinos naturales. Por el camino, entre otras cosas, nos encontramos un incendio. Era de tarde. Hasta la noche no cruzamos ningún poblado pero memorizamos el lugar para indicar a la policía o bomberos dónde debían acudir. Llegamos a un poblado indígena tarde ya, buscamos a la policía y les contamos la historia. Creímos  que no entendían inglés porque ni se inmutaron; en fin, como ya habíamos tenido algún otro contacto frustrado con aborígenes nos dimos por vencidos. A los varios días supimos de la política australiana de dejar que se propaguen los incendios sin cortarlos como manera de renovar los bosques. Al tener un territorio tan extenso los incendios naturales siguen siendo como serían en antaño para la tierra, un método de rejuvenecer la vegetación.

Los aborígenes son gris ceniza. Su rostro de facciones gruesas e inflamadas impacta. Están cansados, abrumados. Perdidos de sentido. El gobierno les ha ayudado de la peor forma posible, dándoles una serie de opciones vitales resueltas tales como casa o pequeña paga para que acabasen ya de negarse a sí mismos, renunciar a su camino de vida y acomodarse. Su cultura del nomadismo, de conocer cada animal, cada veta de agua en el desierto, para qué servía cada planta, de recorrer con los jóvenes durante años vastos territorios para que aprendieran la supervivencia, se ha sustituido en la mayor parte de los casos por el ocio y la venta de objetos artísticos simbólicos de su visión del mundo. Sus cánticos han ido enmudeciendo. En Alice Spring, ciudad del centro de Australia, desde donde se parte al Uluru, gran montaña sagrada, merodean por la ciudad lentamente, abotargados en los parques, tumbados en grupos en el césped al lado de sus cuadros. Y mientras la vida de los blancos contrasta  activa, dinámica, llena de sentidos inventados, pero sentidos al fin y al cabo, la suya ha perdido su identidad. Esto es lo que he podido intuir de ellos, de su alcoholismo en algunas zonas ( en los pueblos aborígenes está prohibido pasar con más de una cerveza para consumo propio, hay ley seca) que sobrevive en las tabernas de los pueblos blancos vecinos a donde van en busca de sustitutos de vida real. Es la historia compartida con otros pueblos del mundo: los indios americanos, algunos pobladores de la Amazonía, etc. Les falta maternaje. Su madre vida los ha abandonado, les han segado la raíz de golpe los blancos. Tras llevarlos a los campos de opio y drogarlos como manera de mantenerlos trabajando como esclavos, tras organizar cacerías de pudientes que salían con escopetas a perseguirlos a ver si conseguían cazar cual alimañas a alguno de ellos, tras robarles a sus hijos por imponer que no sabrían quererlos durante generaciones, tras no pedir perdón oficial hasta el año 2000 y hacer un lavado de cara consistente en colgar unas cuantas obras aborígenes en el museo de arte contemporáneo de Sydney y otras cuantas acciones similares que afectan a una minoría de indígenas, han conseguido destruir a uno de los pueblos más fascinantes del planeta. Fascinantes porque en ellos late el instinto básico de la vida y simbiosis con el entorno, ese que nosotros vamos desechando en nuestro proceso de civilización.
En el Parque Nacional Uluru-Kata Tjuta, al lado de la roca sagrada Ayers Rock, una montaña de arenisca rojiza de 318 metros de alto y 8 kilómetros de perímetro situada en medio de una inmensa llanura al suroeste de Alice Springs, se respiraba el polvorífero calor del ombligo australiano. La inmensa piedra no me hacía sombra. Me resguardé en un chamizo de paja, abierto, con bancos. Una mujer vendía dreamings aborígenes y dos más la acompañaban. Se sentaron. Yo, a su lado. Quería respirar su espacio, compartir su lugar al ritmo de su lentitud. En silencio, escuché profundamente y entré en las historias. Estuve mucho más tiempo del transcurrido al lado de ellas.
La más anciana tenía planchados dos dedos de una mano, parecían derretidos por el sol. Su lengua sonaba constante, repetida, como un tambor de tierra. “Wantyeye-wantyeye the areke ayenge akweke-arle anerlenge. Apmere Alyanthengeke. Itnearle akwetethe urnterrirretyarte” (“ Recuerdo que cuando era joven  yo viajaba con mi familia por estas tierras y otras muchas lejanas a través de Uyetye mucho más allaá de Alice spring”) y seguía contando, creo yo, que mientras viajaba por aquella su tierra que usaba para la vida, propiedad de nadie, iba pintando aquellos y otros lienzos. Entré en su música, en su gesto, en sus entonaciones. Estaba contrariada con un guía que no dejaba exponer los lienzos, que traía enrollados, en el chamizo y defendía obcecadamente su postura aunque se sabía perdedora de la partida. Olía dulce, denso, pasado, como a vientre de hormiga lleno de miel. Se oía el calor del polvo y el latido del animal que cazaron, amedrentaron, drogaron, alienaron, al que le extirparon a sus hijos. Ese animal se defendía. Le latía la tierra, el irrernte-arenye o espíritu de sus ancestros, la fuerza de sus ceremonias, el carácter pujante de los antiguos levantando el cuello desde su lugar sagrado, la Ayers Rock, todo lo que no se cuenta con palabras. Y el guía, extranjero, no le permitía usar su casa para sobrevivir vendiendo lo único que les han dejado seguir haciendo: arte. Pero eso no se veía, sólo se olía. O tal vez se oía cual cadencia en el mejor de los casos, entre las palabras, en sus inflexiones y ritmos se daban forma los pesos del pasado.  If you listen deeply and let this stories in.
Pasó el tiempo y me levanté sin hablar. Le sonreí. Me sonrió. Me alejé y me llevé el olor a miel densa en el fondo de la garganta. Las moscas negras del desierto volvían a agolparse a mi alrededor. Me fui con una sensación vívida aún cuando no conseguí saber lo que gritaba aquella mujer hasta que pasaron unos días y realicé una esquina de la barbarie histórica que había sufrido este pueblo. Supe, entonces, que habían conseguido mantener algo casi tan importante como la dignidad: el didgeridoo, instrumento de viento tan simple que para tocar se debe insuflar partiendo de una respiración completa que lleva casi al trance, que parte de una disposición de paciencia, relajación y positivismo, instintiva, desde la mayor simpleza, y que por todo ello es tan difícil para los occidentales.Su sonido base es el drone (BR BR BR), bramar bajo, subterráneo de la tierra roja.
Como rezaba Adrian Tucker en 1997, la espiritualidad es mucho más que la conciencia de uno mismo, es la conciencia y la responsabilidad del conocimiento de nuestro lugar y nuestro rol en el mundo. Es saber las responsabilidades de cada cual por el pasado, en el presente y hacia el futuro.
No nos perdamos de vista porque todos ellos, aborígenes y colonos, son humanos como cada uno de nosotros. Y en nosotros va la semilla de todas esas posibilidades: de ser o víctimas sin voluntad   irrespetuosos invasores del ser ajeno. No somos ni más ni menos que unos y otros, solo depende de qué opción vital elijamos en cada uno de nuestros actos. ¿Quieres ser el que elija como debe vivir el otro? ¿Quieres ser el que deja que otros elijan cómo debes vivir? En distintos grados es la historia de cada día cuando la palabra respeto se maquilla.

MONTSERRAT GÓMEZ GÓMEZ

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Nómadas, por Belén Hernández

NOMADAS

 A veces uno necesita irse
y necesita perder la referencia
y el rumbo cierto
y lanzarse a la vida y a las llamas.

Partir para empezar de nuevo.
Para soltar el lastre de ser quien siempre ha sido
sin distinguir quién es y quién podría llegar a ser
para salvarse

Y encontrarse a uno mismo
y atravesar el miedo de las incertidumbres
de la aún no vida proyectada en el futuro
y acurrucarse en la nostalgia de lo perdido
y valorar lo que había…
en la distancia.

A veces uno necesita irse… para poder volver.

Pero hay partidas sin retorno
buscando la esperanza en otro mundo
mucho más allá de este….
y cerrar con distancia las heridas
y coser con colores la esperanza
de empezar de nuevo.

Y en ellos… el adiós es permanente y para siempre.
Porque a veces uno necesita irse…. y no puede volver.

martes, 13 de marzo de 2012

"Tres copas y un mal trago" (relato) por JUANJO JULIÁ DE AGAR

TRES COPAS Y UN MAL TRAGO

Se acercó al mueble bar y cogió una botella de rioja que abrió no sin dificultad. Esas cosas solía hacerlas Alex. Colocó El vino junto con dos copas en la mesa del salón y llenó una de ellas. No podía tardar mucho. Era jueves y como todos los jueves vendría directamente del trabajo, se pondría el pijama, las zapatillas y bajaría a la cocina para cenar alguna cosa antes de ponerse a ver la tele. Los martes y viernes era distinto pues esos días le tocaba paddle y no llegaba hasta mucho más tarde, las más de las veces ya cenado, listo para meterse en cama. Esa era la rutina. Siempre igual desde hacía al menos tres años.
Oscar ya tenía cinco años y se acababa de dormir, era un niño alegre y precioso. Desde que nació todo giraba alrededor suyo. La vida se había vuelto más aburrida: Ya no salían de marcha, ni iban al cine, ni compraban flores y tan solo hablaban lo necesario. Eso que llaman “amor”… se había acabado. Oscar crecía en una atmósfera tranquila donde no le faltaba de nada.
Dio un trago al vino, y luego otro. Estaba rico. Era un reserva del 94, suave en la boca, con un cierto regusto a avellanas. En realidad lo necesitaba pues de hoy no pasaría. Estaba dispuesta a dejarlo todo claro. Ya no más mentiras ni hipocresías. Ya no aguantaba más. Oscar necesitaba a su padre pero ella no necesitaba a su marido, así que no sería difícil llegar a un acuerdo.
Alex, tal y como estaba previsto no se hizo esperar. Serían casi las nueve cuando oyó la puerta de la entrada que se cerraba acompañado de unos pasos que se dirigían a la escalera.
-¡Alex!, ven al salón un momento por favor. Tenemos que hablar.
-Sí, cariño. Me pongo cómodo y ahora bajo.
Como odiaba que la llamara “cariño”… Sonaba a ironía, a mentira. Es curioso cómo una palabra tan dulce puede llegar a perder con el tiempo todo su significado, transformándose en un puñal hiriente, casi en un insulto. Esta vez no contestó nada y esperó.
-Hola cariño. ¿Pasa algo grave?
-Ya te he dicho que no me llames así Alex. No, no pasa nada grave, tan solo hablar contigo. Sírvete una copa y siéntate.
-No entiendo cómo puede molestarte que te llame cariño, además es que me sale sin pensar. No lo puedo evitar.
Por un momento la sangre se le subió a la cabeza, pero tuvo la fuerza para no contestar. No pretendía entablar otra discusión por una estupidez como esa. Esta vez quería que hablaran con frialdad y otra pelea lo estropearía todo.
-Mira, Alex, supongo que coincidirás conmigo que las cosas no nos van bien como pareja. Al menos en eso estarás de acuerdo. ¿No?
-¿Por qué dices eso? Claro que nuestra relación ha cambiado… Pero eso es hasta cierto punto normal.
-Ah, ¿Sí…? Tú ves normal que haga ya dos años que no hacemos el amor.
-No hace tanto…
-Dos años y veintisiete días exactamente. Fue por tu cumpleaños.
-Veo que llevas la cuenta. No voy a discutir pero no soy yo quien tiene la culpa de eso, quiero decir…
-No se trata de culpables. No lo hacemos porque no. No nos apetece porque ya no hay amor entre nosotros. Vamos ni amor ni nada. Nuestra vida de pareja se ha acabado.
-Pero…
-¡Déjame hablar!.
Necesitaba tranquilizarse. Sabía que si se alteraba no llegaría a buen fin y si le dejaba hablar iban a acabar mal, así que llenó las copas nuevamente y tras un breve suspiro prosiguió.
-Mira Alex. Después me rebates si quieres o expresas tu opinión pero déjame que te cuente lo que quiero decirte. No me interrumpas. ¿Vale? No hace falta que disimules más. Lo sé todo.
En ese momento se hizo un silencio. Sintió como el cuerpo de Alex se relajaba, por un momento parecía desplomar y por supuesto no tenía preparada ninguna respuesta que dar ante la contundencia de su esposa. Así que bajó la cabeza y como un niño de cinco años se puso a llorar desconsoladamente.
-Te repito que no pasa nada, no te preocupes.
Mientras le acariciaba con dulzura, continuaba hablando.
-Estoy segura que Isabel es una mujer bellísima y que te hace feliz. Yo me alegro de corazón por ti y puedes seguir disfrutándola si quieres.
Cuanto más trataba de calmarlo, más lloraba Alex.
-No es necesario que nos separemos. Seremos más amigos que nunca. Además yo también he encontrado a un chico que me gusta muchísimo. Quedamos también los martes y viernes. ¿No es fantástico? Nada ha de cambiar. Podemos seguir siendo felices.
Mientras rellenaba las copas por tercera vez, Alex comenzó a calmarse.
-Sabía que lo entenderías, por eso he decidido dar este paso. Es lo mejor para los dos. Nuestro hijo nunca sufrirá por una separación como ocurre a menudo en estos casos y seremos una familia ideal. ¿Qué te parece?... ¿No dices nada?... Piénsalo si quieres y verás cómo es la solución perfecta.
Alex parecía haberse calmado. Cogió su copa, suspiró, y bebió lentamente mientras decía:
-Ahora ya no me importa nada contártelo. Ni si me crees o no. Desde que nació Oscar no me habías acariciado como lo has hecho ahora, porque desde entonces, o quizá desde antes yo había dejado de existir para ti. Intenté muchas veces acercarme, hablarte, acariciarte, pero era imposible. Nunca te he engañado. Todas las sospechas que tú dices haber comprobado, las fui creando yo intencionadamente para producirte celos, y así llamar tu atención. No había tenido en cuenta la posibilidad de que no me quisieras o nunca quise aceptarlo. Lo siento. Me ha salido mal… Me equivoqué. O quizás no…
-Pero..
-No. Ahora sí que todo ha terminado. No más mentiras.
-Por favor. Piensa en Oscar.
-En él pienso.
Se levantó despacio. Se dirigió hasta la puerta y se marchó.
-No te vayas. Por favor.
Esas fueron sus últimas palabras. Se quedó petrificada y una idea absurda le ocupaba la mente. Por primera vez creía estar enamorándose de él.

Poemas de Pepa Parra

DÍAS DE VINO Y ROSAS


La vida habrá de darme más rosas y más vino.
Habré de ver el mar desde el puerto de Rodas
una noche de agosto calurosa y festiva.
Todavía tendré del amor las guirnaldas
enredadas al cuello, y aún dormiré en los brazos
de un dios irreverente la ebriedad y el exceso.

Aunque tal vez mi cuerpo descubra entonces marcas
del dolor, ademanes que la piel no derrota,
la vida habrá de darme mi parte del asombro.

JOSEFA PARRA


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MARTES DE FERIA


Imagínate, amor, que se enciende la noche,
súbita
ascua de desafíos y delirios.
Imagínate entonces que nos miramos, solos
nosotros en el mundo
y alrededor la música.
Que el vino nos desvela un camino secreto,
una vereda estrecha sobre la piel. Tenemos
el tiempo de un eclipse para reconocernos.
Cómo
desviarnos entonces, cómo cerrar las puertas,
cómo no comprender que hay un momento,
breve, para sentirnos infinitos.
Imagínate, amor, que es esta noche.
Cuánto
milagro entre dos cuerpos, cuánta llama,
cuánto desequilibrio.
Qué hermosura.
JOSEFA PARRA

Crónica de la cena poética MARZO 2012 a "El vino"

El viernes, 2 de marzo, nos reunimos de nuevo en la Calle Caballeros, 10, un grupo de amigos y amigas para celebrar con vino textos ( y canciones) en torno a él. Estuvimos juntos Juanjo, Belén y yo ( de los asiduos de siempre) y se unieron a esta cena y esperamos que a algunas más Jorge Garrido, Antonio Flor y Pepa Parra. Un lujazo compartir, escuchar, desnudarnos con y ante el vino. Al ser la primera vez que el grupo se reunía y para algunas personas su primer encuentro con otras, el ambiente íntimo lo fue semiíntimo pero creo que algunas que otras chaquetas y gorros fueron cayendo. Las faldas nos las dejamos en esta ocasión.


El menú de rechuparse los dedos, con Juanjo como chef y Mon como pinche consistió en :



  • Andanas de cabrales a la sidra y paté al oloroso,


  • ternera con ciruelas al Pedro Ximénez y

  • uvas con queso de tetilla y membrillo casero, acompañadas de Vino dulce Porto.

Una gozada y un placer sobre una mesa grana como el vino.



Nuestro blanco sofá compañero dio paso, después, al verdadero postre: Juanjo nos entretuvo con un relato sobre las relaciones de pareja, Mon literaturizó su parto bajo el título "Él vino" ( en fin, un poquillo de trampa y tal), Pepa nos leyó algunos de sus poemas donde el vino aparecía como eje o de refilón, Belén escribió un texto dedicado a su hermano muy emotivo y Jorge nos hizo reir con diez décimas juguetonas con el nombre de Mon y la cantidad de denominaciones de origen que lo contienen. Antonio Flor esta vez musicó un poema de Pepa y nos ofreció canciones de otros. La próxima le toca también escribir que yo sé que lo hace muy bien.

Charla agradable, intercambio de experiencias, placeres en forma de libros, autores, cantantes... y un ambiente muy relajado.

Echamos de menos a Jesús y Mimi que casi nunca se pierden una y, por supuesto, a María José que este año nos preparará una cena poética en Toulousse ¿el seis de mayo?... por si alguien más se apunta ( ¿a qué sí, meri jo?). Se rompió la familiaridad de siempre para renovarnos con nueva gente fantástica y abierta al juego de escribir, contar, deshacerse y rehacerse en palabras. Nos gustó mucho.

Antonio propuso el siguiente tema para la próxima. La muerte. Contundente. Sugerente.

Para rendirle honor hemos elegido el viernes, 13 de abril, para reunirnos de nuevo.



Y, para terminar, tras unas cuantas fotos fallidas, como cinco o seis ( el vino que ya empezaba a hacer su efecto) terminamos la sobremesa de la cena sobre las dos de la mañana, despidiéndonos, intercambiando datos los que no se conocían e hicieron buenas migas y sacándonos "la foto" elegida para recordar este día que tenéis encabezando esta minicrónica.

Gracias, amigos y amigas, como siempre, por estar y compartir. Es un lujo teneros cerca.

Y, por último, os dejo un poema que escribió Jorge Garrido tras la cena y nos envió. Me parece precioso y relata su perspectiva, complementaria y mucho más literaria que esta mía que os dejo en forma de crónica, sobre su vivencia de esta su primera cena .





CALLE CABALLEROS, Nº10

Pretendo una razón por no seguirte
y mil caminos se abren a perderme
tras tus huellas, prendido de temores,
brocales al alud de mi caducidad.

Es tu mirada un campo de tacto nuevo,
y tu presencia inadvertido abrazo
en el que me hundo, niño perdido
en el cálido hueco de otra Sara Vial
que derramara sonrisas tan fecundas
como el resurgir metáforas inquietas
en las que lo real se nos confunde
bordado en el sentir, tan sinuoso,
que nos inunda sin ser visto.

No es comulgar palabras ese motor
ni compartir manteles la agonía
que tras el postre se agigante,
viene después la Voz sin más disfraz
que la desnuda imagen de sentirnos
al desamparo grato de los versos,
ser los histriones sin guión ajeno,
pletórica y sublime nube tan real,
feliz recuerdo ya, toda contagio,
donde las despedidas sin adiós
_y besos tan locuaces como innecesarios_
nos unen más que ese otro lazo
de Muerte cierta que nos espera.
JORGE GARRIDO
(4 Mar)